“La experiencia es la madre de la ciencia”; “más sabe el diablo por viejo que por diablo”; “el pájaro viejo no entra en la jaula”… Cuando se habla de experiencia se habla de conocimiento, pero no del conocimiento adquirido a través del estudio, de la observación o de la investigación, sino de aquel que proviene de las vivencias, de la acción personal y de todo aquello que los años nos han hecho aprender a fuerza de haberlo protagonizado.
Es común definir la experiencia como las enseñanzas que se adquieren con la práctica y se identifica con lo vivido o ejecutado durante un tiempo largo. También se considera una habilidad; uniendo ambos conceptos se describe la experiencia como la práctica prolongada que proporciona conocimientos y habilidades por hacer algo o como el conocimiento que nos queda por las circunstancias y cosas vividas.
Un poco más técnicamente, la experiencia se refiere al carácter procedimental de las situaciones (cómo se resuelven las cosas) y no a su carácter material (que son y cómo son las cosas). Desde la filosofía hemos aprendido que la experiencia es siempre un conocimiento a posteriori y empírico.